Mes de mayo trae a mi mente los dulces recuerdo de mi niñez, cuando nos reuníamos un grupo de niños todos los viernes para celebrar el mes de las flores, mes también dedicado a las madres.
Hacíamos el rosario, cantábamos, y cada uno debía llevar flores, y al final desfilábamos hacia una imagen de la Virgen por ser ella Madre del Salvador y Madre nuestra a entregarle aquellas flores que recolectábamos en el camino por ser Jarabacoa; lugar donde abundaban por todos lados las flores.
Hoy como madre que soy es cuando más valoro el papel de nuestra Madre la Virgen, pues, desde muy pequeña, un sabio sacerdote me motivó a acercarme a ella y ponerla en mi vida como modelo a seguir. Con apenas ocho años aprendí a relacionarme con la Virgen. Por eso, me llena de alegría decir que todo lo que tengo es gracias a su intercesión.
Todos nosotros debemos de buscar no solo la intercesión de ella para alcanzar alguna gracia, sino, más bien, buscar en ella el modelo a seguir como cristianos que somos.
Como madre, esposa e hija, en ella el Padre encontró toda la perfección para llevar el plan salvífico realizado en Cristo Jesús. Ella supo llevar con tanta humildad y ternura el más grande privilegio que se le haya otorgado a ninguna mujer. Su Sí cambió nuestra historia.
En una ocasión me encontraba participando en la eucaristía en el mes de mayo del 2011 y miraba con ternura el cuadro de la escena cuando el ángel le anunciaba de quién sería ella madre y le daba tantas gracias a ella por su Sí, por ser mi Madre; nuestra Madre, y le repetía en mi corazón una y otra vez en el momento de la consagración. “¡Que privilegio, Madre, has tenido, de llevar a Jesús durante nueve meses en tu vientre!”.
Luego llegó el momento de disponerme a recibir a Jesús en la eucaristía y al recibirlo mientras me dirigía a mi asiento, sentí la dulce voz de la Madre en mi corazón: “Hijita mía yo llevé a mi hijo solo durante nueve meses en mi vientre, mas tú al recibirlo lo llevas en el sagrario de tu corazón por toda la eternidad”. Aquellas palabras estremecieron todo mi ser y desde ese día, cada vez que me dirijo en la fila a recibir a Jesús, recuerdo ese privilegio tan grande que tenemos de llevarlo en el sagrario de nuestro corazón.
Quisiera pedirles, mis queridos hermanos, que dejemos que la madre de lo Alto nos conduzca al encuentro con su hijo, que si hay en nuestras vidas situaciones que nos impidan vivir en armonía, con alegría, Ella es la que sabe transformar una cueva de animales en la Casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. (Papa Francisco EG. no. 286, pag. 162).
¡María, Madre de Dios, ruega por nosotros!
Escrito por: Mildre Hernandez de Reynoso